24 julio 2009

Querido Capitán:

La última vez que le escribí fue para decirle una mentira. Pero no se preocupe, vengo hoy a contarle la verdad desde mis entrañas.
Nunca tuve alas, si acaso volé alguna vez fue porque alguien como usted me las prestó. Nunca abandoné la mar, por muchos mareos que ésta me provocara. Nunca la abandoné porque es lo único que todavía me unía a usted. Aunque mi barco se estrelló hace tiempo, sobreviví al desastre y sobre dos viejas tablas podridas ande de acá para allá buscando la manera de encontrar su viejo barco vacío de tripulación.
Pensé, por unos instantes que usted me podria rescatar de las tormentas que me acechaban por áquel entonces. Pensé que quizá al verme en aquellos viejos tablones prestados por la mar, tan nuestra, usted me alargaria la mano para llegar hasta el timón de su barco y dirigirlo junto a usted. Obviamente, me equivoqué.
No solo no alargo su mano sino que la ignoró.
Lágrimas de sal recorrieron mi mejilla, lágrimas de tiburón, de las que ahogan tablones enteros sin pensarlo.
A decir verdad, no queria su barco ya, solo queria prestarle humildemente unos viejos tablones, por que si acaso me refugiaron a mi, le hubiesen refugiado a usted también, aunqu éstos estuvieran ya podridos.

Mi capitán, le recuero aún y le dejo todos mis mensajes escritos en una diminuta botella, por si acaso las olas quisieran llevarselos a usted.

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